El honor procede del individuo y nadie o nada más
La negatividad no debe, sin embargo, confundirse con
pasividad. No por negativo el carácter del honor deja de ser sumamente activo:
es decir, procede del individuo sobre el que recae el honor, y de nada o nadie
más. Nuestro honor procede desde dentro, no desde fuera (en cuyo caso sería
pasivo); hunde en nosotros sus raíces, aunque florezca externamente; y se basa
en lo que hacemos y omitimos, y no en lo que nos pueda suceder; es una τῶν ἐφ ἡμῖν
[«una de las cosas que dependen de nosotros»]. Nada ni nadie, sin excepción de
la calumnia, nos lo puede arrebatar, o conceder; por lo que resulta más
apropiado decir que cada cual es el forjador de su honor, que decir que lo es
de su felicidad.
Y aunque es cierto que la opinión general está, como la
individual, sujeta al error y al engaño, no lo está, ni de lejos, en el mismo
grado o duración que esta última; ya que el público, o sea, el círculo de
influencia de cada cual, es un Argos de cien ojos que todo lo ven: se lo puede
engañar, pero nunca a la larga; y el honor se basa en asuntos en los que el
público es juez competente, siempre que disponga de los datos suficientes. La
calumnia termina por descubrirse y la hipocresía es finalmente desenmascarada.
De ahí que para conservar el honor no haya medio más seguro que el de ser digno
del mismo, es decir, que en obras y acciones uno se mantenga fiel a la
verdadera rectitud. La mayoría de la gente suele, por ello, identificar al
honor con esta su fuente, sin distinguir entre el significado de uno y otra; y
eso explica también que, no obstante hallarse el honor completamente fuera de
nosotros, a saber, en la cabeza de los demás, solamos considerarlo como parte
integral de nuestra personalidad, lo que viene confirmado por todas las
expresiones con las que usualmente nos referimos a él, como «un hombre de
honor», o «un hombre sin honor». E incluso llegamos a aplicar esta última
expresión a quien, no habiendo perdido todavía su honor, demuestra con su
conducta que no le importa un ápice conservarlo.
Schopenhauer