miércoles, 25 de mayo de 2016

El honor procede del individuo y nadie o nada más - Carlos Arturo Navarro Ferrari


El honor procede del individuo y de nadie más - Carlos Arturo Navarro Ferrari


El honor procede del individuo y nadie o nada más

La negatividad no debe, sin embargo, confundirse con pasividad. No por negativo el carácter del honor deja de ser sumamente activo: es decir, procede del individuo sobre el que recae el honor, y de nada o nadie más. Nuestro honor procede desde dentro, no desde fuera (en cuyo caso sería pasivo); hunde en nosotros sus raíces, aunque florezca externamente; y se basa en lo que hacemos y omitimos, y no en lo que nos pueda suceder; es una τῶν ἐφ ἡμῖν [«una de las cosas que dependen de nosotros»]. Nada ni nadie, sin excepción de la calumnia, nos lo puede arrebatar, o conceder; por lo que resulta más apropiado decir que cada cual es el forjador de su honor, que decir que lo es de su felicidad.
Y aunque es cierto que la opinión general está, como la individual, sujeta al error y al engaño, no lo está, ni de lejos, en el mismo grado o duración que esta última; ya que el público, o sea, el círculo de influencia de cada cual, es un Argos de cien ojos que todo lo ven: se lo puede engañar, pero nunca a la larga; y el honor se basa en asuntos en los que el público es juez competente, siempre que disponga de los datos suficientes. La calumnia termina por descubrirse y la hipocresía es finalmente desenmascarada. De ahí que para conservar el honor no haya medio más seguro que el de ser digno del mismo, es decir, que en obras y acciones uno se mantenga fiel a la verdadera rectitud. La mayoría de la gente suele, por ello, identificar al honor con esta su fuente, sin distinguir entre el significado de uno y otra; y eso explica también que, no obstante hallarse el honor completamente fuera de nosotros, a saber, en la cabeza de los demás, solamos considerarlo como parte integral de nuestra personalidad, lo que viene confirmado por todas las expresiones con las que usualmente nos referimos a él, como «un hombre de honor», o «un hombre sin honor». E incluso llegamos a aplicar esta última expresión a quien, no habiendo perdido todavía su honor, demuestra con su conducta que no le importa un ápice conservarlo.


Schopenhauer