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El sendero del jardín
Epicuro
Imagina tu funeral. ¿Cómo será? ¿Quién asistirá? ¿Qué dirán?
Necesariamente, lo visualizas todo desde tu propia perspectiva. Es como si
observaras la escena desde un lugar concreto, quizá desde las alturas, o
sentado entre los asistentes. Mucha gente cree que hay una verdadera
posibilidad de que después de morir dejemos atrás el cuerpo físico y
sobrevivamos como una especie de espíritu y seamos capaces de ver qué sucede en
este mundo. En cambio, aquellos que creemos que la muerte es el final, tenemos
un problema. Cada vez que intentamos imaginar que no estamos presentes, tenemos
que hacerlo imaginando que sí lo estamos, observando lo que sucede en nuestra
ausencia.
Tanto si puedes imaginar tu propia muerte como si no, parece
algo bastante natural sentir cierta inquietud ante la idea de no existir. ¿A
quién no le da miedo su propia muerte? Si hay algo que nos puede provocar
desazón, es precisamente eso. Parece perfectamente razonable preocuparse por la
idea de morir aunque haya de suceder dentro de muchos años. Es instintivo. Muy
pocas personas vivas no han pensado nunca profundamente al respecto.
El filósofo de la Antigua Grecia Epicuro (341-270 a. C.)
sostenía que sentir miedo a la muerte es una pérdida de tiempo y que está basado
en una lógica pésima. Es un estado mental a superar. Si uno piensa bien en
ello, la muerte no debería provocarle inquietud alguna. Una vez superado el
miedo, será capaz de disfrutar mucho más de la vida, lo cual para Epicuro era
extremadamente importante. El objetivo de la filosofía, creía él, es mejorar la
vida de uno, ayudarnos a encontrar la felicidad. A algunas personas les parece
algo morboso pensar demasiado en la muerte, pero para Epicuro era un modo de
vivir con mayor intensidad.
Epicuro nació en la isla griega de Samos, en el mar Egeo, si
bien la mayor parte de su vida la pasó en Atenas, donde se convirtió en algo
así como un ídolo y atrajo a un grupo de estudiantes que vivían con él como en
una comuna. El grupo incluía mujeres y esclavos (algo poco común en la Atenas
antigua). Esto no le hizo precisamente popular, salvo entre sus seguidores, que
prácticamente le adoraban. Esta escuela filosófica la dirigía desde una casa
con jardín que pasó a ser conocida como El Jardín.
Al igual que muchos otros filósofos de la Antigüedad (y
algunos modernos como Peter Singer, Epicuro creía que la
filosofía debía ser práctica. Debería cambiarte la vida. Así pues, para quienes
se unieron a él en El Jardín, más que simplemente aprender su filosofía, lo
importante era ponerla en práctica.
Para Epicuro, la clave de la vida era reconocer que todos
buscamos el placer. Es más, evitamos el dolor siempre que podemos. Eso es lo
que nos empuja a seguir adelante. Eliminar el sufrimiento de nuestras vidas e
incrementar la felicidad hará que todo vaya mejor. El mejor modo de vivir,
pues, es éste: llevar un estilo de vida muy sencillo, ser amable con la gente,
y rodearse de amigos. De este modo podrás satisfacer la mayoría de tus deseos y
no desearás algo que no puedes obtener. De nada sirve sentir la necesidad
imperiosa de poseer una mansión si jamás tendrás el dinero necesario para
comprarte una. No te pases toda la vida trabajando para conseguir algo que
probablemente está más allá de tu alcance. Es mejor vivir de un modo sencillo.
Si tus deseos son sencillos, serán fáciles de satisfacer y tendrás el tiempo y
la energía para disfrutar de las cosas que importan. Ésta era su receta para la
felicidad y, ciertamente, tiene mucho sentido.
Esta enseñanza era una forma de terapia. La intención de
Epicuro era curar el dolor mental de sus alumnos y sugerir cómo hacer más
llevadero el dolor físico mediante la rememoración de placeres pasados.
Consideraba que los placeres son disfrutables en el momento, pero que también
lo son cuando los recordamos más adelante, de modo que sus beneficios pueden
ser duraderos. De hecho, cuando estaba a las puertas de la muerte, Epicuro le
contó a un amigo en una carta que se distraía de la enfermedad recordando sus
conversaciones pasadas.
Todo esto es muy distinto al significado que la palabra
«epicúreo» tiene hoy en día. De hecho, es casi lo opuesto. Un «epicúreo» es
alguien que adora la buena comida y que se entrega al lujo y al placer sensual.
Los gustos de Epicuro eran mucho más sencillos de lo que esto sugiere. Él
predicaba la necesidad de ser moderado. Sucumbir a la avaricia de los apetitos
no haría sino crear más deseos y al final provocaría la angustia mental del
deseo no satisfecho. Este tipo de vida debe evitarse. La dieta de Epicuro y sus
seguidores consistía en pan y agua, no en comidas exóticas. Si uno comienza a
tomar vino caro, pronto querrá beber otro vino todavía más caro y finalmente
quedará atrapado en la trampa de desear cosas que no puede conseguir. A pesar
de ello, sus enemigos aseguraban que en la comuna de El Jardín los epicúreos se
pasaban la mayor parte del tiempo comiendo, bebiendo y manteniendo relaciones
sexuales entre sí en una orgía sin fin. Así es como se inició el significado
moderno de «epicúreo». Si los seguidores de Epicuro realmente hubieran hecho
todo eso, habría ido en contra de las enseñanzas de su líder. Lo más probable,
pues, es que se tratara de un rumor malicioso.
Una cosa a la que Epicuro sí dedicó mucho tiempo fue a
escribir. Fue muy prolífico. Al parecer escribió más de trescientos libros en
rollos de papiro, aunque ninguno ha sobrevivido. Lo que sabemos de él proviene
básicamente de los apuntes de sus seguidores. Éstos se aprendían sus libros de
memoria, pero también pusieron sus enseñanzas por escrito. Algunos de sus
rollos sobrevivieron en fragmentos, preservados por la ceniza volcánica que
cayó en Herculano, cerca de Pompeya, cuando el monte Vesubio entró en erupción.
Otra importante fuente de información acerca de las enseñanzas de Epicuro es el
largo poema Sobre la naturaleza de las cosas, del poeta y filósofo romano
Lucrecio. Compuesto más de doscientos años después de la muerte de Epicuro,
este poema resume las enseñanzas clave de su escuela.
Así pues, volviendo a la pregunta que Epicuro hacía, ¿por
qué no deberías temerle a la muerte? Una razón es que no la experimentarás. Tu
muerte no será algo que te pase a ti. Cuando suceda tú ya no estarás ahí. El
filósofo del siglo XX Ludwig Wittgenstein se hizo eco de esta idea cuando en su
Tractatus Logico-Philosophicus escribió: «La muerte no es un acontecimiento de
la vida». Lo que está diciendo con esto es que los acontecimientos son cosas
que experimentamos; la muerte, sin embargo, es precisamente la supresión de esa
posibilidad de experimentar, no algo de lo que seamos conscientes y a lo que,
de algún modo, podamos sobrevivir.
Cuando imaginamos nuestra propia muerte, sugirió Epicuro, la
mayoría de nosotros cometemos el error de pensar que una parte de nosotros
todavía sentirá lo que le sucede a nuestro cuerpo muerto. Pero esto no deja de
ser un malentendido acerca de lo que realmente somos. Estamos encadenados a
nuestros cuerpos, a nuestra carne y a nuestros huesos. Epicuro creía que
estamos compuestos de átomos (aunque lo que él quería decir con este término se
aleja un poco de lo que los científicos modernos designan con él). Una vez que
estos átomos se disgregan con la muerte, dejamos de ser individuos con
conciencia. Incluso si alguien pudiera volver a unir cuidadosamente todos los
trozos más adelante y devolviera a la vida este cuerpo reconstruido, ya no
tendría nada que ver conmigo. El nuevo cuerpo viviente no sería como yo, a
pesar de tener mi apariencia. No sentiría sus dolores, porque una vez que el
cuerpo deja de funcionar nada puede devolverlo a la vida. La cadena de la
identidad habría quedado rota.
Otra forma en que Epicuro creía que podía curar a sus
seguidores del miedo a la muerte era señalando la diferencia entre lo que
sentimos respecto al futuro y lo que sentimos respecto al pasado. Nos
preocupamos por uno pero no por el otro. Piensa en el tiempo anterior a tu
nacimiento. Hubo un tiempo en el que no existías. No sólo las semanas en las
que estabas en el útero de tu madre y habrías podido nacer prematuramente, ni
el momento previo a tu concepción en el que no eras más que una posibilidad
para tus padres, sino los billones de años anteriores a tu existencia. No
solemos preocuparnos por todos esos milenios previos a nuestro nacimiento. ¿Por
qué debería nadie preocuparse por todo ese tiempo en que todavía no existía? Y,
si no lo hacemos, ¿por qué deberíamos preocuparnos acerca de todos los eones de
inexistencia posteriores a nuestro fallecimiento? Nuestro pensamiento es
asimétrico. Estamos predispuestos a preocuparnos más por el tiempo posterior a
nuestra muerte que por el anterior a nuestro nacimiento. Epicuro creía que esto
era una equivocación. Una vez lo has comprendido, deberías comenzar a pensar en
el tiempo posterior al fallecimiento del mismo modo que lo haces respecto al
anterior al nacimiento. Así dejará de ser una gran preocupación.
A algunas personas les preocupa mucho que puedan terminar
castigándolas en una vida posterior a la muerte. Epicuro también desechó esta
preocupación. Los dioses no están interesados en su creación, les dijo con
convicción a sus seguidores. Existen en otro plano, y no se implican en los
asuntos de nuestro mundo. Así que no pasa nada. Ésta es la cura: la combinación
de estos dos argumentos. Si ha funcionado, ahora deberías sentirte mucho más
tranquilo sobre tu futura inexistencia. Epicuro resumió toda su filosofía en su
epitafio:
«No era, he sido, no soy, no me importa».
Si crees que somos meros seres físicos, compuestos de
materia, y que no existe peligro de que nos castiguen después de la muerte,
puede que el razonamiento de Epicuro te convenza de por qué no hay que temer a
la muerte. Es posible que aun así todavía te preocupe el proceso de morir, algo
con frecuencia doloroso y que sin duda sí experimentamos. Esto es cierto aunque
no sea razonable inquietarse ante la propia muerte. Recuerda, sin embargo, que
Epicuro creía que los buenos recuerdos pueden mitigar el dolor, de modo que
también tenía una respuesta para eso. Si, por el contrario, crees que eres un
alma dentro de un cuerpo, y que esta alma puede sobrevivir a una muerte
corporal, es probable que la cura de Epicuro no te sirva: serás capaz de
imaginar una existencia incluso después de que tu corazón haya dejado de latir.
Los epicúreos no eran los únicos que consideraban la
filosofía una especie de terapia: la mayoría de los filósofos griegos y romanos
lo hacían. Los estoicos, en particular, son famosos por sus lecciones sobre
cómo ser psicológicamente fuerte ante acontecimientos desafortunados.
(*Nigel
Warburton de “Una pequeña Historia de la Filosofía")